El domingo amaneció tranquilo en El Calafate. Comenzamos el día compartiendo desayuno y charlas con turistas chilenos alojados en nuestro mismo hospedaje, quienes nos contaron sobre las maravillas de Torres del Paine y Puerto Natales.
Motivados por sus historias, corrimos al centro para enviar unas postales de última hora antes de hacer las maletas a toda prisa, rumbo a la estación de autobuses.
El procedimiento de check-in, con pasaportes en mano, era un recordatorio de que nos esperaba una nueva aventura.
La salida de El Calafate no fue tan rápida como esperábamos; un retraso de media hora y un atasco en el control policial dieron inicio a nuestro viaje hacia Chile.
La primera parte del recorrido nos presentó llanuras que parecían extenderse hasta el infinito, un paisaje que nos hizo pensar sobre la inmensidad de vivir en la Patagonia.
Al llegar a la frontera, cruzamos de Argentina a Chile con relativa facilidad, aunque la entrada a Chile resultó ser un poco más complicada.
A pesar de estas pequeñas adversidades, finalmente llegamos a Puerto Natales con un retraso de dos horas, lo que inicialmente deberían ser 6 horas, se convirtió en 8.
Nosotros teníamos un coche reservado, pero al llegar con tanto retraso todo estaba cerrado, pero por suerte hubo buena comunicación por WhatsApp, y logramos que nos entregaran el vehículo a las 20:30.
Con el coche ya en nuestro poder, decidimos terminar el día con una cena en uno de los pocos lugares que había abiertos en Domingo.
Viniendo de Argentina, encontramos el restaurante algo caro, más del doble de precio de algo similar unos pocos días antes... pero tenemos que decir que el ceviche y el chupe de centolla que degustamos estaban buenos.
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