Vivir en Brasil durante un año requería bastante planificación, especialmente en términos de visados, alojamiento y transporte. Desde el principio, nos encontramos con la burocracia brasileña, que no es precisamente sencilla. Para poder viajar juntos, tuvimos que solicitar un visado de investigación para Esther y un visado de reagrupación familiar para además de un documento ante notario que nos comprometíamos a continuar juntos durante nuestra estancia allí (sorprendente, eh?). Esto implicó reunir documentos, algunos con apostilla de La Haya, y esperar semanas hasta que se procesaran.
Además del visado, hubo muchos otros detalles logísticos:
Tras 22 horas de viaje, llegamos a Juiz de Fora con una sensación extraña: dejábamos el invierno español para aterrizar en pleno verano brasileño. El apartamento de Catarina, donde pasamos los primeros días, estaba en un rascacielos con piscina, gimnasio, sauna y una vista panorámica impresionante. Algo muy distinto a lo que estamos acostumbrados en España.
Las primeras impresiones fueron una mezcla de emoción y estrés. Brasil es un país vibrante, pero también caótico. Nos sorprendió la diferencia de horarios: si quedas con alguien a las 12:00, lo más probable es que aparezca a las 13:30 sin dar explicaciones. Si quedas con 3 personas, puede que aparezcan 17, y si quedas con 17, puede que aparezcan 2.
También nos llamó la atención la amabilidad de la gente y su facilidad para socializar.
Sin embargo, no todo fue sencillo. Uno de los primeros retos fue encontrar piso. Descubrimos que la mayoría de alquileres en Brasil se hacen a largo plazo (mínimo 30 meses), algo inviable para nosotros. Intentamos negociar con inmobiliarias y propietarios, pero nadie quería alquilar por seis meses. Tras mucho buscar, terminamos en un Airbnb con unas vistas espectaculares… pero lleno de sorpresas (de eso hablaremos en otro post).
Otro desafío fue la alimentación. Ir al mercado por primera vez fue toda una experiencia: frutas exóticas como la banana ouro, la guayaba blanca y el maracuyá gigantesco nos llamaron la atención. También descubrimos los restaurantes de comida al peso, donde pagas según lo que pones en el plato, una costumbre muy extendida en Brasil.
Los primeros días fueron de exploración. Paseamos mucho por la ciudad, probamos zumo de caña en los mercados y nos reímos con las diferencias culturales. Nos sorprendió la cantidad de iglesias evangélicas, el desorden de las aceras (un verdadero circuito de obstáculos) y la costumbre de los brasileños de caminar por la calle en chanclas, sin importar el terreno.
Otro de los momentos clave fue la primera visita a la Policía Federal para regularizar nuestra estancia. Lo que en teoría debía ser un trámite sencillo se convirtió en un caos burocrático, con cambios de versión y multas inesperadas. Fue nuestro primer encontronazo con la inconsistencia administrativa en Brasil, pero no sería el último, no os lo perdáis en los videos.
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